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El rastro de los muertos

Ese bastardo había vuelto a hacerlo. Una vez más le hacía «un sencillo encargo», como dijo nada más cortar la transmisión y enviar el paquete de datos, y el «sencillo encargo» le hacía tener que usar todos sus recursos para sobrevivir. No había estado tan en el filo desde las Guerras del Eclipse. O desde la escaramuza a aquella red Cárceri, de infausto recuerdo [ver Archivo 789.3256 y Archivo 665.787].

Lurk era un foenikiam, como los llamaban los aquilenios, o un psiconauta, que era el término más extendido y menos… florido, que usaban en su idioma aquellos de Aquilenia. Y además era un psico de los buenos. Antares Mordhigan lo contrataba con asiduidad, siendo una buena fuente de ingresos y desafíos. Rara vez le traía algo que no fuera jugoso.

Como psiconauta se diferenciaba de los otros foenikiam, que diría su «amigo» (sí, entrecomillado: a veces lo odiaba más que a algunos de sus más encarnizados enemigos de las redes) en su formato de dedicación. Él hacía inmersiones en las distintas redes sobre todo en busca de rastros, datos olvidados, señales, rumores e información. De vez en cuando le tocaba saltear algo, enfrentarse y pelear, evitar trampas y códigos maliciosos, inyectores de corrupción y otras formas preciosas y brutales de cortar tu existencia.

La forma física de Lurk se resintió en aquel momento, buscando como estaba su psico-virtual, en un mentidero onírico digital. Era alto, huesudo, no comía demasiado y solía ser alimentado por la máquina a la que se conectaba cuando tenía que sumergirse por largo tiempo. Al contrario que muchos, pese a pasar gran parte de su existencia en el universo virtual,  aun gustaba de usar su cuerpo físico para complementar partes de su trabajo que requería desplazarse a terminales físicas en otros lugares. Era un salteador tanto físico como virtual, y esos psiconautas no abundaban, prefiriendo mucho la existencia meramente digital en cualesquiera redes donde se desplazara. Él simplemente tenía un sistema de localización para poder volver a su cuerpo desde algunos terminales específicos y así salir del mundo virtual.
Lurk vivía en un asteroide propio autodefendido que recibió de un cliente, en el que tenía a su disposición todo tipo de conexiones, varios kilómetros para realizar instalaciones y puntos de acceso, zonas de lanzamiento y varios transportes siderales, en función de lo que necesitara. Llegado el caso podía desplazar incluso el propio asteroide gracias a la tecnología memnon que tenía ya de por sí. Ese asteroide era antiguo como el propio Sidera, y varias civilizaciones lo habían usado dejando cada una su propia marca, en ocasiones como sistemas de acceso a comunicaciones, cosa que a Lurk le venía muy bien.
Así descubrió una vieja red de información de una civilización extinta cuyos bancos de datos aun funcionaban, conectados como estaban al núcleo de un planeta para alimentarse de su energía y mantenerse siempre en línea. Ahora esa red era prácticamente suya, era un pequeño universo de su propiedad donde disponía de innumerables recursos… pero eso era uno de sus mayores secretos.
Por supuesto había investigado sobre dicha civilización en profundidad con toda la información que había en aquella red de comunicación, y ahondaba más, fascinado por ellos… y había usado parte de los conocimientos de esa vasta red, concretamente de sus bancos de guerra de código para romper la barrera que había provocado la situación en la que se encontraba en ese momento.

Antares le había encomendado que siguiera un rastro, un rastro de transacción y diversos detalles más que le había comunicado a través de la baliza ansible que él mismo le había instalado. Y siguiendo ese rastro había dado con algo interesante.

Ya había seguido las diversas opciones hasta dar con la contratación de un grupo mercenario diverso de alto rendimiento y pocos escrúpulos, algunos de ellos reconocidos perros de la guerra que habían estado relacionados con truculentas acciones en muchos sistemas de ese brazo de la galaxia. Pero no le interesaban ellos que, según Antares, estaban ya muertos, sino los pagos que les habían hecho en cuentas seguras. Casi hace saltar las alarmas del conglomerado financiero, pero supo esquivar en el último momento los centinelas construidos por lo que tuvo que reconocer que era un virtuoso criptofabricante cuya firma no reconoció.

El rastro de dinero provenía de una pequeña corporación de minería de asteroides. Difícil que fueran los supuestos sospechosos que le había comunicado Antares más como recurso a descartar que a confirmar, los anarch-lunaris. Los conocía y no era su forma de actuar habitual. El rastro que estaba siguiendo lo confirmaba prácticamente. Siguió, ahondando en aquel rastro. El acceso a las redes de aquella corporación era bastante difícil, demasiado para una simple y pequeña corporación de minería de asteroides.

En su visión dentro de la red Púlsar veía un gran edificio amurallado con tan solo dospuertas visibles y un acceso clausurado que ya tenía bastantes años. Tenía n relieve fantasmal y azulado, grande e imponente. Varios sistemas de vigilancia se entrecruzaban en algunos puntos, de muchos de ellos desconocía el nombre puesto que se solían desarrollar a medida, pero reconocía los códigos y las formaciones que adoptaban, como pequeñas estrellas cambiantes de formas aguzadas que no dudarían en ningún momento en desarrollar formas, mecanismos, haces de código afilados, dolorosos pulsos de pseudo energía y cualquier otro creativo e igualmente mortal recurso.

Encontró la brecha oportuna, en este caso no optó por atacar de frente sino usar un intermediario, enlazando código de su invenció en la entrada cifrada de un empleado autorizado y a través de ello pudo, con un recurso que lo hacía invisible en el interior, hurgar en los archivos más escondidos. En ello estaba cuando se encontró con la dificultad acuciante que le dieron ganas de estrangular al vulpes aquilenio. Muy grande tenía que ser aquel pastel porque había un centinela de los llamados «mutilados», un tipo de foenikiam que perdió su cuerpo en algún momento y ahora vivía, como tantos otros, en las redes, solo que sin recordar en ningún momento que habían estado vivos de forma física, sin saber apenas que eran servos escritos por ningún foenikiam o criptofabricante y no distinguiendo otra realidad que esa, siendo muy peligrosos y extremadamente letales. Un mutilado no era algo fácil de combatir y avanzaba, como una monstruosidad mitad terrano, mitad código, con cifras, números y fragmentos en diversos lenguajes de servo recorriéndole el cuerpo y formando parte de él de forma mutante, y que podía hacerle adoptar las formas más inusitadas. Al menos este mutilado tenía un aspecto que le había permitido distinguirlo.

Lurk se encontraba en una sala totalmente iluminada en blanco, con archivos que recorrían las paredes en perfecto orden y que tenía que observar con sumo detalle para no saltarse ninguno crucial, y el mutilado cruzaba al otro lado de aquella gran sala abierta. Lo vería si no hacía algo. Rápidamente trazó un código escudo que ocultó su imagen reflejando tan solo la pared que tenía a su espalda. El mutilado se detuvo. Dada su fusión con el infoespacio tenían la capacidad de saber cuándo algo no iba bien, los leves retardos de las instrucciones del código, la fluctuación de datos… numerosas formas que lo alertaban. Pero también había forma de engañarlos o sortearlos (enfrentarse a ellos era casi imposible porque podían convertir todo su alrededor en código útil para lo que necesitaran, en otras palabras: munición casi infinita).

El mutilado hizo un gesto con el extraño hocico que tenía como rostro, como si olisqueara. «Huele el código» se dijo Lurk sabiendo que si se acercaba demasiado su código escudo no aguantaría mucho. Con un gesto mandó un señuelo. Un pequeño evocador que creó hace mucho y que actuaba como baliza para alejar miradas. Con sus dedos virtuales creó el símbolo que una vez formado cayó al suelo y corrió por una de las paredes alterando parte del código que fluía por ella, creando una reverberación que movió todas las ordenadas columnas. El mutilado giró de inmediato la cabeza y miró al impertinente trozo de código que huía de la sala para perderse por un pasillo. Lo siguió de inmediato, lanzando varios aguzados fragmentos contra él que brillaron, dorados y azules para desaparecer en pequeñas explosiones lumínicas.

Y entonces lo vio. Vio aquel código oculto en varias capas en una esquina de la sala. Al contrario que el resto del código no fluía, permanecía en letargo para no llamar la atención, escondido a plena vista, casi indistinguible salvo si te movías cerca, donde tardaba apenas un instante en reajustarse para seguir invisible. Lo clonó usando tres herramientas distintas de sus recursos para poder hacer una copia exacta y además crear el testimonio de su ubicación, a la par que usaba una idea desarrollada por él para formalizar una evocación que lo ocultaría incluso de aquellos que lo habían dejado allí, para poderlo recuperar en otro momento de forma «legal» (lo legal e ilegal en el mundo infoespacial variaba mucho en función de la civilización con la que se tratara, y conociendo a Antares ya sabía Lurk por dónde iban a ir los tiros). Así que, recogiendo la copia, se dispuso a salir de allí hacia un puerto seguro.

La sensación de miedo había desaparecido en gran medida, gracias a la huida del mutilado, y Lurk salió por un lateral de la fortaleza, sellando la entrada.

—Buen trabajo, psiconauta —dijo una voz no del todo desconocida—. Ahora, dame la información que hayas obtenido, antes de que te mutile.

*

Lurk casi podía sentir las infocuchillas en su espalda (virtual), como complemento a la amenaza.

—¿Drusilia? —murmuró.

—Hola Lurk —saludó la aludida, detrás de él.

Eran viejos conocidos. A veces aliados, a veces contendientes, abiertamente enfrentados o luchando espalda contra espalda en algunos de los ambientes más jodidos de todos los infomundos conocidos, desde la Red Púlsar a la Orcómeno, de la Xyphon a la Deymax y otras tantas impronunciables.

Pero Drusilia, ella —hasta donde Lurk sabía, usaba género femenino—, era al igual que el psiconauta, era una mercenaria de la comunicación, de los datos, del infoespacio, y si habían luchado hombro con hombro había sido simplemente por circunstancias que les había hecho caer del mismo bando. Normalmente, dinero y un generoso patrón.
No era este el caso, y Lurk lo sabía, igual que Drusilia. Ambos se conocían muy bien y sabían que si uno no cedía en aquella situación, de todos los psiconautas y mercenarios que había en la infored, aquella casualidad había sido extremadamente desafortunada… para ambos. No iba a acabar bien.

—Drusilia… ¿Qué quieres? ¿El banco de datos master? ¿El acceso superior?
—Quiero lo que tienes —repuso la mercenaria. Su voz estaba distorsionada por varios canales con criptocapas de comunicación—. No me vengas con sheras, Lurk. Sabes muy bien lo que quiero. Dame la criptofirma.

«Salvado», pensó Lurk. Se dio la vuelta despacio, sin movimientos bruscos. Pudo ver la imagen que había escogido Drusilia. La psiconauta había optado por algo compacto, una forma sólida (no había por qué ser un ente antropomorfo), femenina una vez más, con armadura de combate de código duro y armas fluidas. La infohoja que llevaba brillaba y daba un tono mortecino a la máscara poligonal que le ocultaba el rostro. La niebla que se arracimaba en sus tobillos ocultaba zarcillos de código letal, como bien sabía Lurk, aunque por ahora su propia aura de cristal la mantenía apartada de forma latente y no agresiva.

—Te alegrará saber que no la tengo. No he usado ninguna criptofirma para entrar. No me ha hecho falta.

—¡Mientes!

—¿A ti? ¡Jamás! —repuso retrocediendo y sacando distraídamente un cilindro iluminado en su interior—. He usado un inyector. No me ha hecho falta una simulación, ha sido todo muy limpio.

—Esos muros son a prueba de inyectores, Lurk.

—No de los míos. Escribo los mejores del mercado y lo sabes. Me inyecté al otro lado.

—Imposible ¿Dónde está el avatar que te inyectó? —preguntó con un deje de rabia en la voz distorsionada.

—Justo detrás de ti.

Efectivamente un avatar idéntico a Lurk apareció justo detrás de Drusilia, dejó caer un dodecaedro que brillaba en color morado al suelo, lo que provocó que los zarcillos letales se desvanecieron al invalidar el protocolo de su código y le inyectó rápidamente algo en el hombro.

—¿Qué me has…?

Pero las infohojas que había invocado se desvanecieron perdiendo toda entidad. Aquello funcionaría, aturdiéndola durante unos instantes, unos instantes preciosos para Lurk. Su avatar saludó y desapareció en una cascada de código autoinmolado y Lurk activó el protocolo de regreso en enjambre, descomponiendo su forma en varios enjambres de código que se dividieron en distintos lenguajes y que solo podría reensamblarse con una clave cuántica en su estación de salida. Si uno de los enjambres era interceptado su información era catapultada en paquetes cuánticos y proyectada en distintas direcciones. En ningún caso corría peligro.

Llegó a su estación de salida, que encontró tras desplazarse a toda velocidad por la infored. Pudo ver que había provocado cierto estándalo. No por lo que había robado sino por la intrusión  en sí (cosa habitual). Y sabía que Drusilia le guardaría rencor. Qué pena. Le caía bien. Era buena camarada.
Salió finalmente a través de su estación de cambio y su conciencia volvió a proyectarse en su cuerpo. El paquete de información había sido puesto en cuarentena y en breve lo sacaría totalmente limpio y con su propio código profiláctico a un contenedor desconectado a través de un dispositivo físico de inyección.

Al hacerlo, a través del augur, aquella pantalla hemiesférica, pudo ver qué era lo que tanto le interesaba a Antares. Conectó un par de veces a la infored para chequear información común y pudo comprobar que, realmente, había más capas de información. Ah, Antares. Siempre le traía los trabajos más interesantes.

Varias horas estándar después, mientras un sistema de alimentación artificial le procuraba sustento, Lurk conectó con el aquilenio, después de avisarle. Él había cumplido su parte del trato, tal como Lurk pudo comprobar en sus monitores de banda. Ahora tenía más alcance…

La voz del vulpes sonó impaciente al otro lado.

—¿Qué tienes para mí? Tus hipernoséqué están conectados en la posición que me diste.

—Lo sé, puedo verlo desde aquí. Será divertido poder engancharme al Kjanato. Tengo lo que querías y, por suerte, queda cerca de ahí…

—Verás, me estoy moviendo. Han surgido… imprevistos.

—Cómo no… Bueno, a lo que voy. Vete a la estación Montarisa. Allí encontrarás algo de tu interés.

—¿Algo de mi interés? Especifica. Te dije que rastrearas las cuentas.

—Y es lo que he hecho. Y por un lado, a tu espíritu aquilenio le va a horrorizar lo que he encontrado. Por otro, a tu parte vulpes, le va a encantar.

—¡Suéltalo de una vez!

—La estación Montarisa es zona franca. Alguien pagó una cantidad astronómica desde tres navieras siderales a un equipo extremadamente bien preparado para formar escuadras de extracción y una de las escuadras está allí. Su código es estable, con un corte muy militar. No puedo conectarme directamente porque están asilados pero sí puedo decirte una cosa. Con los sensores profundos he escaneado el lugar donde se realizaron los pagos de las navieras, en ese helado montón de roca, y cuál fue mi sorpresa cuando vi que había cinco jodidos códigos de localización de la Corporación Medusa en activo. Tu rastro de muertos te lleva hasta esos propios puertos… que parecen haberse mudado.