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El rastro de los muertos

Ese bastardo había vuelto a hacerlo. Una vez más le hacía «un sencillo encargo», como dijo nada más cortar la transmisión y enviar el paquete de datos, y el «sencillo encargo» le hacía tener que usar todos sus recursos para sobrevivir. No había estado tan en el filo desde las Guerras del Eclipse. O desde la escaramuza a aquella red Cárceri, de infausto recuerdo [ver Archivo 789.3256 y Archivo 665.787].

Lurk era un foenikiam, como los llamaban los aquilenios, o un psiconauta, que era el término más extendido y menos… florido, que usaban en su idioma aquellos de Aquilenia. Y además era un psico de los buenos. Antares Mordhigan lo contrataba con asiduidad, siendo una buena fuente de ingresos y desafíos. Rara vez le traía algo que no fuera jugoso.

Como psiconauta se diferenciaba de los otros foenikiam, que diría su «amigo» (sí, entrecomillado: a veces lo odiaba más que a algunos de sus más encarnizados enemigos de las redes) en su formato de dedicación. Él hacía inmersiones en las distintas redes sobre todo en busca de rastros, datos olvidados, señales, rumores e información. De vez en cuando le tocaba saltear algo, enfrentarse y pelear, evitar trampas y códigos maliciosos, inyectores de corrupción y otras formas preciosas y brutales de cortar tu existencia.

La forma física de Lurk se resintió en aquel momento, buscando como estaba su psico-virtual, en un mentidero onírico digital. Era alto, huesudo, no comía demasiado y solía ser alimentado por la máquina a la que se conectaba cuando tenía que sumergirse por largo tiempo. Al contrario que muchos, pese a pasar gran parte de su existencia en el universo virtual,  aun gustaba de usar su cuerpo físico para complementar partes de su trabajo que requería desplazarse a terminales físicas en otros lugares. Era un salteador tanto físico como virtual, y esos psiconautas no abundaban, prefiriendo mucho la existencia meramente digital en cualesquiera redes donde se desplazara. Él simplemente tenía un sistema de localización para poder volver a su cuerpo desde algunos terminales específicos y así salir del mundo virtual.
Lurk vivía en un asteroide propio autodefendido que recibió de un cliente, en el que tenía a su disposición todo tipo de conexiones, varios kilómetros para realizar instalaciones y puntos de acceso, zonas de lanzamiento y varios transportes siderales, en función de lo que necesitara. Llegado el caso podía desplazar incluso el propio asteroide gracias a la tecnología memnon que tenía ya de por sí. Ese asteroide era antiguo como el propio Sidera, y varias civilizaciones lo habían usado dejando cada una su propia marca, en ocasiones como sistemas de acceso a comunicaciones, cosa que a Lurk le venía muy bien.
Así descubrió una vieja red de información de una civilización extinta cuyos bancos de datos aun funcionaban, conectados como estaban al núcleo de un planeta para alimentarse de su energía y mantenerse siempre en línea. Ahora esa red era prácticamente suya, era un pequeño universo de su propiedad donde disponía de innumerables recursos… pero eso era uno de sus mayores secretos.
Por supuesto había investigado sobre dicha civilización en profundidad con toda la información que había en aquella red de comunicación, y ahondaba más, fascinado por ellos… y había usado parte de los conocimientos de esa vasta red, concretamente de sus bancos de guerra de código para romper la barrera que había provocado la situación en la que se encontraba en ese momento.

Antares le había encomendado que siguiera un rastro, un rastro de transacción y diversos detalles más que le había comunicado a través de la baliza ansible que él mismo le había instalado. Y siguiendo ese rastro había dado con algo interesante.

Ya había seguido las diversas opciones hasta dar con la contratación de un grupo mercenario diverso de alto rendimiento y pocos escrúpulos, algunos de ellos reconocidos perros de la guerra que habían estado relacionados con truculentas acciones en muchos sistemas de ese brazo de la galaxia. Pero no le interesaban ellos que, según Antares, estaban ya muertos, sino los pagos que les habían hecho en cuentas seguras. Casi hace saltar las alarmas del conglomerado financiero, pero supo esquivar en el último momento los centinelas construidos por lo que tuvo que reconocer que era un virtuoso criptofabricante cuya firma no reconoció.

El rastro de dinero provenía de una pequeña corporación de minería de asteroides. Difícil que fueran los supuestos sospechosos que le había comunicado Antares más como recurso a descartar que a confirmar, los anarch-lunaris. Los conocía y no era su forma de actuar habitual. El rastro que estaba siguiendo lo confirmaba prácticamente. Siguió, ahondando en aquel rastro. El acceso a las redes de aquella corporación era bastante difícil, demasiado para una simple y pequeña corporación de minería de asteroides.

En su visión dentro de la red Púlsar veía un gran edificio amurallado con tan solo dospuertas visibles y un acceso clausurado que ya tenía bastantes años. Tenía n relieve fantasmal y azulado, grande e imponente. Varios sistemas de vigilancia se entrecruzaban en algunos puntos, de muchos de ellos desconocía el nombre puesto que se solían desarrollar a medida, pero reconocía los códigos y las formaciones que adoptaban, como pequeñas estrellas cambiantes de formas aguzadas que no dudarían en ningún momento en desarrollar formas, mecanismos, haces de código afilados, dolorosos pulsos de pseudo energía y cualquier otro creativo e igualmente mortal recurso.

Encontró la brecha oportuna, en este caso no optó por atacar de frente sino usar un intermediario, enlazando código de su invenció en la entrada cifrada de un empleado autorizado y a través de ello pudo, con un recurso que lo hacía invisible en el interior, hurgar en los archivos más escondidos. En ello estaba cuando se encontró con la dificultad acuciante que le dieron ganas de estrangular al vulpes aquilenio. Muy grande tenía que ser aquel pastel porque había un centinela de los llamados «mutilados», un tipo de foenikiam que perdió su cuerpo en algún momento y ahora vivía, como tantos otros, en las redes, solo que sin recordar en ningún momento que habían estado vivos de forma física, sin saber apenas que eran servos escritos por ningún foenikiam o criptofabricante y no distinguiendo otra realidad que esa, siendo muy peligrosos y extremadamente letales. Un mutilado no era algo fácil de combatir y avanzaba, como una monstruosidad mitad terrano, mitad código, con cifras, números y fragmentos en diversos lenguajes de servo recorriéndole el cuerpo y formando parte de él de forma mutante, y que podía hacerle adoptar las formas más inusitadas. Al menos este mutilado tenía un aspecto que le había permitido distinguirlo.

Lurk se encontraba en una sala totalmente iluminada en blanco, con archivos que recorrían las paredes en perfecto orden y que tenía que observar con sumo detalle para no saltarse ninguno crucial, y el mutilado cruzaba al otro lado de aquella gran sala abierta. Lo vería si no hacía algo. Rápidamente trazó un código escudo que ocultó su imagen reflejando tan solo la pared que tenía a su espalda. El mutilado se detuvo. Dada su fusión con el infoespacio tenían la capacidad de saber cuándo algo no iba bien, los leves retardos de las instrucciones del código, la fluctuación de datos… numerosas formas que lo alertaban. Pero también había forma de engañarlos o sortearlos (enfrentarse a ellos era casi imposible porque podían convertir todo su alrededor en código útil para lo que necesitaran, en otras palabras: munición casi infinita).

El mutilado hizo un gesto con el extraño hocico que tenía como rostro, como si olisqueara. «Huele el código» se dijo Lurk sabiendo que si se acercaba demasiado su código escudo no aguantaría mucho. Con un gesto mandó un señuelo. Un pequeño evocador que creó hace mucho y que actuaba como baliza para alejar miradas. Con sus dedos virtuales creó el símbolo que una vez formado cayó al suelo y corrió por una de las paredes alterando parte del código que fluía por ella, creando una reverberación que movió todas las ordenadas columnas. El mutilado giró de inmediato la cabeza y miró al impertinente trozo de código que huía de la sala para perderse por un pasillo. Lo siguió de inmediato, lanzando varios aguzados fragmentos contra él que brillaron, dorados y azules para desaparecer en pequeñas explosiones lumínicas.

Y entonces lo vio. Vio aquel código oculto en varias capas en una esquina de la sala. Al contrario que el resto del código no fluía, permanecía en letargo para no llamar la atención, escondido a plena vista, casi indistinguible salvo si te movías cerca, donde tardaba apenas un instante en reajustarse para seguir invisible. Lo clonó usando tres herramientas distintas de sus recursos para poder hacer una copia exacta y además crear el testimonio de su ubicación, a la par que usaba una idea desarrollada por él para formalizar una evocación que lo ocultaría incluso de aquellos que lo habían dejado allí, para poderlo recuperar en otro momento de forma «legal» (lo legal e ilegal en el mundo infoespacial variaba mucho en función de la civilización con la que se tratara, y conociendo a Antares ya sabía Lurk por dónde iban a ir los tiros). Así que, recogiendo la copia, se dispuso a salir de allí hacia un puerto seguro.

La sensación de miedo había desaparecido en gran medida, gracias a la huida del mutilado, y Lurk salió por un lateral de la fortaleza, sellando la entrada.

—Buen trabajo, psiconauta —dijo una voz no del todo desconocida—. Ahora, dame la información que hayas obtenido, antes de que te mutile.

*

Lurk casi podía sentir las infocuchillas en su espalda (virtual), como complemento a la amenaza.

—¿Drusilia? —murmuró.

—Hola Lurk —saludó la aludida, detrás de él.

Eran viejos conocidos. A veces aliados, a veces contendientes, abiertamente enfrentados o luchando espalda contra espalda en algunos de los ambientes más jodidos de todos los infomundos conocidos, desde la Red Púlsar a la Orcómeno, de la Xyphon a la Deymax y otras tantas impronunciables.

Pero Drusilia, ella —hasta donde Lurk sabía, usaba género femenino—, era al igual que el psiconauta, era una mercenaria de la comunicación, de los datos, del infoespacio, y si habían luchado hombro con hombro había sido simplemente por circunstancias que les había hecho caer del mismo bando. Normalmente, dinero y un generoso patrón.
No era este el caso, y Lurk lo sabía, igual que Drusilia. Ambos se conocían muy bien y sabían que si uno no cedía en aquella situación, de todos los psiconautas y mercenarios que había en la infored, aquella casualidad había sido extremadamente desafortunada… para ambos. No iba a acabar bien.

—Drusilia… ¿Qué quieres? ¿El banco de datos master? ¿El acceso superior?
—Quiero lo que tienes —repuso la mercenaria. Su voz estaba distorsionada por varios canales con criptocapas de comunicación—. No me vengas con sheras, Lurk. Sabes muy bien lo que quiero. Dame la criptofirma.

«Salvado», pensó Lurk. Se dio la vuelta despacio, sin movimientos bruscos. Pudo ver la imagen que había escogido Drusilia. La psiconauta había optado por algo compacto, una forma sólida (no había por qué ser un ente antropomorfo), femenina una vez más, con armadura de combate de código duro y armas fluidas. La infohoja que llevaba brillaba y daba un tono mortecino a la máscara poligonal que le ocultaba el rostro. La niebla que se arracimaba en sus tobillos ocultaba zarcillos de código letal, como bien sabía Lurk, aunque por ahora su propia aura de cristal la mantenía apartada de forma latente y no agresiva.

—Te alegrará saber que no la tengo. No he usado ninguna criptofirma para entrar. No me ha hecho falta.

—¡Mientes!

—¿A ti? ¡Jamás! —repuso retrocediendo y sacando distraídamente un cilindro iluminado en su interior—. He usado un inyector. No me ha hecho falta una simulación, ha sido todo muy limpio.

—Esos muros son a prueba de inyectores, Lurk.

—No de los míos. Escribo los mejores del mercado y lo sabes. Me inyecté al otro lado.

—Imposible ¿Dónde está el avatar que te inyectó? —preguntó con un deje de rabia en la voz distorsionada.

—Justo detrás de ti.

Efectivamente un avatar idéntico a Lurk apareció justo detrás de Drusilia, dejó caer un dodecaedro que brillaba en color morado al suelo, lo que provocó que los zarcillos letales se desvanecieron al invalidar el protocolo de su código y le inyectó rápidamente algo en el hombro.

—¿Qué me has…?

Pero las infohojas que había invocado se desvanecieron perdiendo toda entidad. Aquello funcionaría, aturdiéndola durante unos instantes, unos instantes preciosos para Lurk. Su avatar saludó y desapareció en una cascada de código autoinmolado y Lurk activó el protocolo de regreso en enjambre, descomponiendo su forma en varios enjambres de código que se dividieron en distintos lenguajes y que solo podría reensamblarse con una clave cuántica en su estación de salida. Si uno de los enjambres era interceptado su información era catapultada en paquetes cuánticos y proyectada en distintas direcciones. En ningún caso corría peligro.

Llegó a su estación de salida, que encontró tras desplazarse a toda velocidad por la infored. Pudo ver que había provocado cierto estándalo. No por lo que había robado sino por la intrusión  en sí (cosa habitual). Y sabía que Drusilia le guardaría rencor. Qué pena. Le caía bien. Era buena camarada.
Salió finalmente a través de su estación de cambio y su conciencia volvió a proyectarse en su cuerpo. El paquete de información había sido puesto en cuarentena y en breve lo sacaría totalmente limpio y con su propio código profiláctico a un contenedor desconectado a través de un dispositivo físico de inyección.

Al hacerlo, a través del augur, aquella pantalla hemiesférica, pudo ver qué era lo que tanto le interesaba a Antares. Conectó un par de veces a la infored para chequear información común y pudo comprobar que, realmente, había más capas de información. Ah, Antares. Siempre le traía los trabajos más interesantes.

Varias horas estándar después, mientras un sistema de alimentación artificial le procuraba sustento, Lurk conectó con el aquilenio, después de avisarle. Él había cumplido su parte del trato, tal como Lurk pudo comprobar en sus monitores de banda. Ahora tenía más alcance…

La voz del vulpes sonó impaciente al otro lado.

—¿Qué tienes para mí? Tus hipernoséqué están conectados en la posición que me diste.

—Lo sé, puedo verlo desde aquí. Será divertido poder engancharme al Kjanato. Tengo lo que querías y, por suerte, queda cerca de ahí…

—Verás, me estoy moviendo. Han surgido… imprevistos.

—Cómo no… Bueno, a lo que voy. Vete a la estación Montarisa. Allí encontrarás algo de tu interés.

—¿Algo de mi interés? Especifica. Te dije que rastrearas las cuentas.

—Y es lo que he hecho. Y por un lado, a tu espíritu aquilenio le va a horrorizar lo que he encontrado. Por otro, a tu parte vulpes, le va a encantar.

—¡Suéltalo de una vez!

—La estación Montarisa es zona franca. Alguien pagó una cantidad astronómica desde tres navieras siderales a un equipo extremadamente bien preparado para formar escuadras de extracción y una de las escuadras está allí. Su código es estable, con un corte muy militar. No puedo conectarme directamente porque están asilados pero sí puedo decirte una cosa. Con los sensores profundos he escaneado el lugar donde se realizaron los pagos de las navieras, en ese helado montón de roca, y cuál fue mi sorpresa cuando vi que había cinco jodidos códigos de localización de la Corporación Medusa en activo. Tu rastro de muertos te lleva hasta esos propios puertos… que parecen haberse mudado.

El Embozado

Yo estuve allí cuando todo ardió. Ellos lo llamaron guerra, yo lo llamo masacre. Porque no es una guerra cuando bombardeas, exterminas y arrasas con todo lo que hay sin una sola palabra por unos hechos que jamás se probaron. Pero qué voy a saber ego, tulo? Ego solo soy un novo, un novosector, un habitante de los cilindros. Cuando los cilindros eran nuestro hogar…

Ahora, desde la muerte decimatia de los míos, cuando los que llegaron desde el Aquila mataron a uno de cada diez aleatoriamente, como castigo, después de destruirlo todo… menos las estructuras que les interesaban, solo soy un desarraigado. Alguien preso de la ira, que cada noche sangra para los dioses más oscuros. No, no sus lares, ni sus penates, ni sus Ahura Mitras ni nada de eso. No. Solo juro una y otra vez venganza.

Antes tenía un nombre. Lo escribí una última vez en el polvo de Sarania, un asteroide capturado por mi cilindro para su explotación. Desde él cinco de nosotros vimos cómo todo era arrasado, porque estábamos minando el lugar cuando llegaron los destructores.

Desde allí vimos el dolor y la muerte, desde el polvo del espacio contemplamos cómo la estación era tomada, cómo la Garra desembarcaba a fuego y plasma y arrasaba con las viviendas y edificios de comunicaciones, entre otros. Todo control, borrado, toda resistencia, aplastada. Eso hace la Garra, eso hace Aquilenia: no crece nada tras su paso si hay resistencia, no hay límites para su venganza, no se conoce nada que los detenga cuando han empezado su misión.

Los motivos ya son lo de menos. Sí, escuché el exordio, sí, escuché sus razones. Mientras mi mundo ardía y los refugiados morían. No lloré cuando los planetas empezaron a desestabilizarse y a reventar: eso era lo que tenía que ocurrir. Solo espero mi momento. No soy nadie, soy un filo en la oscuridad, un filo irregular y truculento que busca su víctima.

Me infiltré entre los oscuros refugiados de las últimas peregrinatio. Solo un ingeniero, o un minero, un refugiado, nadie. Un embozado más en su propia desgracia.

un embozado más

Viajé hasta las colonias de Olympus mientras los aquilenios de las Tribus celebraban su nuevo hogar que yo ya veía que escondía secretos. ¿Qué cómo lo sé? Porque todo en Aquilenia parte de un secreto anterior, un secreto siempre más oscuro y vergonzoso. Desde que se huyó de Sagrada Mater Gea todo va de secreto en secreto.

Pero los Filos aprendimos algo: aprendimos el arte del Silentium. Algunos de nosotros estuvimos en las Fuerzas Auxiliares de la Garra. Los Novos teníamos ventajas tras un periodo de servicio, como todo lo que pasa por la Garra en Aquilenia. Y aunque no éramos tropas de combate no podían impedir que aprendiéramos al margen de la formación y entrenamiento que nos daban. Algunos, los que destacábamos fuimos destinados a equipos clandestinos, equipos sin honor, grupos que debían hacer lo que el Honor aquilenio les impedía… formalmente, al menos. Y como con todo, fueron desechados. Sí, les dieron el estipendio, y yo pude montar mi empresa minera en el Novosector. Hasta que la invadieron y tomaron para ellos.

Los Filos nos reunimos en Sallus, la luna moribunda, desde la que se veía Aquila Prima colapsar, estallar. Allí nos juramentamos, allí dimos un propósito a nuestros filos, que sacamos de su letargo oscuro, de donde los habíamos enterrado, simbólicamente, en este cementerio donde se enterraba a los nuestros, los que caían en acción (y aquellos que podían ser recuperados, claro). Juramos sobre sus huesos que aquello no quedaría impune. Trazamos nuestros planes y nos separamos, como la metralla de una bomba.

No sé dónde están mis compañeros, mis sombras, pues los Filos somos la sombra de los demás. Nos mantenemos alejados de las redes pegajosas del Obscurus, sabemos de su ponzoña… aunque si nos resultan útiles… es posible que hagamos algo, que los… utilicemos. Ya se verá.

¡Qué bonito es Olympus prime…! Orbitando alrededor de su colorido gigante gaseoso, mientras da vueltas a un sol amarillo que proporciona luz y calor.
Como muchos llevo la capucha puesta porque no quiero que me dé el nuevo sol hasta haberme acostumbrado. Soy un embozado más en sus calles, llenas de ellos. Mi vello facial ornado con dos tachones de la Garra evita que nadie se fije demasiado ni en mi envergadura ni en mi caminar, más cuidadoso de la media, evitando sus sistemas de vigilancia civil.

¿Mi arma? Es sencillo. Está dentro de mí. Es un filo que puede hacerse hasta monomolecular, y que puedo hacer aparecer en cualquier parte de mi cuerpo a través de mis nanos, uno nanos que, cortesía de los silos negros de la Garra, es de la más alta tecnología y absolutamente no solo ilegal sino también experimental. Puedo sacar un filo por mis manos y empuñarlo, por cualquier parte de mi piel. Decidimos usarlo como el instrumento de nuestra venganza. Solo una vez, en el aniversario de la masacre nos reunimos y ponemos en común los planes.

No, no somos unos anarquistas idiotas que quieren acabar con un gobierno, ni pretendemos derrocar al Aquila. Eso sería inviable, tiene demasiados mecanismos para sobrevivir. Queremos a los responsables de la masacre. Nosotros no mataremos a inocentes, solo a aquellos que consintieron en masacrar a una tribu entera para esconder sus propios secretos. Y ya que estamos, airearlos. A los aquilenios hay que recordarles muchas veces que su tranquilidad, su forma de vivir, tiene un coste muy alto, por encima de las pérdidas de la Garra. El coste de guardar sus propios monstruos debajo de las camas.

Es una mañana como otra cualquiera, el sol brilla, y mi objetivo, vestida de blanco, con una larga casaca, tres guardianes, un psicofante y una secretaria avanza por la calle principal de Olympus Prime. Ella no es el blanco, la alta patricia Ludmilla de la Tribu Tormentor, no es mi blanco. Lo es su segunda, Alcea, de la casa Tormentor, su prima. Ella estuvo en la reunión y ejerció el voto que condenó a las familias novosectoras a reunirse con el polvo. Ella tuvo la idea de esclavizar a los supervivientes de la tribu que seleccionaron según sus intereses en «reparación» por esa afrenta que nunca se produjo.

Lo más interesante de un caso como el que nos ocupa es que cuando hay una amenaza la cobertura se ejerce sobre la persona más importante. Alguien que ha estado en las sombras, conspirando, no tiene esa cobertura.

Sí, os he dicho que los Filos somos independientes, pero podemos actuar en conjunto si la situación lo requiere.

En esta amplia avenida peatonal, donde hay fuentes, bonitas plantas exóticas, aves extrañas que trinan y gorjean por esta calle abovedada donde los viandantes pueden quedar saturados de tanta belleza, con los templos y los monumentos a la peregrinación, a la Garra y los pequeños teatros tanto físicos como de proyección holográfica a la que son tan aficionados.

Una gran pantalla flotante da las noticias de los canales oficiales a la que te puedes conectar con tu propio voxcom para escucharlo mientras varios monolitos publicitarios ofrecen sus productos altamente personalizados, sobre todo si lee tus canales abiertos, asegurándose de ofrecerte aquello que necesitas.

Eso no ocurre cuando ellas pasan: son lecturas en blanco altamente codificadas, igual que sus guardianes. Ni en mi caso, ya que ofrezco una nube confusa de información. Si no saliera nada, un buen guardián me detectaría por la ausencia de lectura. Y los Filos no dejamos nada al azar.

Veo hacia dónde van. El edificio del Strategium está al fondo, a más de un estadio. Han decidido darse un buen paseo, así se lucen, así dejan a los aquilenios ver que los altos patricios también se relacionan, y hasta caminan por la calle, tengan o no puesto activo en el Senator. Claro que sí que caminan. Sobre todo cuando te custodia un pequeño ejército. Esos tres guardianes tienen armaduras tácticas bajo la ropa que los pueden convertir en algo solo un poco inferior a un tanque lanzadera de la Garra. Trajes Ursus CAV 5. Tecnología militar. La tribu nos tiene mucho aprecio, sí. La cuestión es superar esa barrera y aislar a mi blanco. Pero la ventaja de que vaya junto a uno muy custodiado es que todo lo que ocurra siempre parecerá dirigido a la cabeza más valiosa.

No estoy solo, claro que no. Hay más como yo, ya os lo he dicho… pero no nos dejamos ver. Las instrucciones que he emitido me proporcionarán la cobertura que necesito para realizar mi misión pero desaparecerán cuando esto acabe y la niebla se haya disipado. Sí, niebla. De eso va…

Me he entretenido mucho, estoy esperando a que el grueso de la gente desaparezca, porque hay un grupo de infantes que no quiero que vean más de lo necesario. No digo “nada”, digo “más de lo necesario”.

Todo sucede en una fracción. La fuente cercana empieza a soltar un extraño humo, denso, una pared neblinosa impenetrable a la vista. Mis spectris ya están preparados. Debo alabar la capacidad de los guardianes. Estos lictores personales forman en triángulo protegiendo perfectamente a la altopatricia. Aislando a mi blanco. De inmediato la agarro con una mano desde su punto ciego, las agujas que emergen por la palma de mi mano incapacitan sus nervios y la cubro con una capa mimética. Mis sicas atacan al grupo para darme más cobertura mientras me mezclo con el gentío y mi presa. El psicofante está en el suelo, llorando. Sus nanos no lo han protegido del agente irritante que lleva la niebla, no son tan buenos.

guardián Lictor

Cuando la niebla se disipe ellos habrán desaparecido, los guardianes estarán buscando el origen de los disparos y el foenikiam a nuestro servicio que se coló en la red para alterar las aguas de la fuente y no dejar rastro después se habrá desvanecido en el tráfico de la Púlsar.

Dentro de un par de horas encontrarán a la secretaria en una calle aledaña con nuestra marca en la frente, el cerebro vaciado, los ojos en blanco porque el escaneador es tan potente que los quema, y su cuerpo, su cascarón, sentado en el suelo con la garganta rajada.

Somos los Filos. Vosotros nos creasteis. Estamos tras vosotros, y no olvidamos. Ni perdonamos.

Relatos Veteranos I

Lysandro Lycaon, de los Trementinos.

Se llama Thelema 5. Está más allá de los planetas Saco de Carbón, a trece sistemas de distancia de Aquilenia y a doce de Olympus, la nueva patria de los aquilenios, nuestra nueva y orgullosa patria… Aunque estemos lejos.

Somos quinientos tres en número los veteranos desplazados hasta nuestra recompensa final, la recompensa de los veteranos, Thelema 5. Es un mundo bonito, hermoso a la luz de sus dos jóvenes estrellas que lo iluminan con el fulgor de una promesa y bajo la benévola presencia del gigante gaseoso que circunda. Tiene masas de agua y apenas ha necesitado geaformación. Pese a ser más pequeño que los del sistema Olympus, o los del sistema Aquilenio, alabados sean los lares, pero la masa interna del planeta hace que la gravedad sea de nivel uno estándar.

Los quinientos tres de la nao que se desplaza lentamente en el vacío hacia la órbita de desembarco de Th-5 está cargada de gestos cansados. En contra de lo que dice la propaganda de la Garra, los veteranos estamos cansados. Sí, queremos un mundo nuevo, de esos que nos hemos esforzado por proteger, por los que hemos luchado contra los enemigos de Aquilenia, pero estamos cansados y es que la guerra es una trituradora de espíritus. Junto mí hay algunos que han servido en mi misma Legio e incluso decuria; el bueno de Mamnio, Drusilia, la más dura de todos, nuestra excenturiona, con sus brazos llenos de cicatrices y su gesto duro, que mira por la portilla hacia ese mundo azul y verde que se despliega poco a poco ante nosotros. Acio, Teléreo, Filos, Duargir, los gemelos Lía y Laertes, Gretios y Iovantes… La vieja escuadra que, pese a todo, pese a la guerra eterna que persigue a las plumas del Aquila, pese a las campañas y las consecuencias que tiene para sus soldados, todos hemos sobrevivido. La escuadra gloriosa, nos llamaron. Ahora nuestros nombres están en el altar de los veteranos de nuestra base de la Legio II Ursus, las tropas de choque. El nuestro era el escuadrón de castigo Gladio Negro, invicto en más de… ¿Veis? Sigo hablando como un legionario, no como un granjero. ¿Podé serlo? Es nuestra recompensa. Es por lo que hemos luchado. Por lo que muchos han muerto: por Aquilenia y por nuestra jubilación. Porque si peleabas por tus derechos políticos, no habrías acabado en la Ursus.

Medio ciclo después nos conceden permiso para entrar en la estación de atraque. Estos planetas tienen, normalmente, pocas lanzaderas, salvo las de evacuación de emergencia (cosa implementada después de lo sucedido en Aquilenia) siendo la forma más común de llegar a la órbita los elevadores que se lanzan y anclan donde va haciendo falta o según la órbita de la estación de atraque.

Por fin, como las sirenas de los antiguos vehículos de desembarco de la Garra, se enciende una luz azul que nos indica que nos preparemos para salir. Casi todos nos llevamos la mano al pecho buscando el arma. Los viejos reflejos son difíciles de perder. Sé que la mayoría se ha traído armas: cuando vas al filo del espacio aquilenio, te conviene. Nunca sabes cuándo te vas a encontrar con un enemigo resentido, foenikiam que intenten arrasar un mundo por sus recursos o alguna otra amenaza aún desconocida. Pero no las llevamos con nosotros. Aún no. Esto es el equivalente a ser… civiles.

Nos disponemos, levantándonos y recogiendo nuestros petates y equipajes. Escucho algunas articulaciones metálicas crujir, gruñidos y toses. Miro atrás. Los veo extraños: no solo cansados, ansiosos por desembarcar y pisar tierra, algunos con los fantasmas de sus acciones aún pululando tras sus duras miradas. No, me doy cuenta de que hecho algo de menos: ninguno lleva un casco de combate ni la voluminosa armadura de la Ursus. De nuevo: somos civiles.

Las puertas se abren y muchos se contienen para no gritar. Siempre lo hacíamos al salir al barro, a otras naos que asaltáramos, en ferrocemento o la tierra sucia de sangre donde nos enviaran. Ursus unquis, Victoria et Aquilenia! El lema que muchos llevamos tatuado en algún punto del cuerpo acude a nuestras lenguas, pero nos contenemos. Ya no tenemos derecho a decirlo. Somos veteranos retirados.

Salimos a la estación de atraque donde dos oficiales de la Oficina de Veteranos y Recompensas nos dan nuestros nuevos destinos. No está mal, pienso al recoger la pequeña tabla de datos que me entregan, nada mal. Granja de producción de cereal, alto desempeño, cuatrocientos estadios, vivienda operativa y material dispuesto. Le acompaña un manual y un enorme texto que afirma cuánto me vuelve a necesitar Aquilenia esta vez empuñando los mandos de un recolector, en vez de un traje de demolición armado de cañones de icotrita. Sigo siendo indispensable, un activo. Claro que sí, majo, claro que sí.

Pero si eso significa poder descansar, hacer que las bombas, los proyectiles y haces de energía dejen de retumbar de mis recuerdos a mis huesos, será bienvenido. Sé que la tasa de suicidio de veteranos por postrauma es relativamente elevada, pero los Ursus tenemos una de las más bajas. Quién lo diría, siendo una tropa de choque. Eso es por la disciplina y porque nos gusta lo que hacemos, nos gusta trabajar con nuestras propias manos. Vale, puede que la frase dicha así, en frío, pueda tener un tinte homicida, pero como tropa siempre hemos sido una legión tan valorada como temida.

Salimos hasta los elevadores. En el vestíbulo, un lugar toroidal, un tubo circular, donde están los elevadores que nos bajarán a tierra, muchos nos despedimos haciendo promesas de vernos en las Equilibrium Noctis, cuando ya estemos asentados y tengamos tierra hasta en el culo. Reímos, nos abrazamos, algunos se besan, otros lloran. Llegan los primeros elevadores con un siseo y una voz sintética anuncia el destino. Parten mis compañeros, les deseo lo mejor. Me mantuvieron vivo, me dieron apoyo, su sangre y su sudor. Algunos incluso algo más en las noches de campaña. Somos hermanos de sangre, somos hermanos bajo la Garra.

Y ahí, en el límite del control Aquilenio, en lo profundo del Sidera, miro abajo por el cristal combado, viendo el mundo que me espera, abajo, muy abajo. Ese es mi nuevo hogar. Llega el elevador que anuncia mi destino, donde me depositarán para que llegue hasta mi nueva responsabilidad. Tengo suerte: mis vecinos serán los gemelos y la excenturiona Drusilia.

Entro en el elevador. Palmadas en las espaldas, un abrazo de Sigurnia, fuerte y seco, mi ala derecha en el pelotón que tiene lágrimas en su ojo orgánico. Entro con otros quince, incluyendo a quienes serán mis vecinos. Las puertas se cierran con un siseo y nos sentamos. Sentimos la presurización y vemos cómo bajamos por ese tubo largo que desde aquí parece curvarse hasta tocar suelo. En el horizonte un sol amarillo ilumina una parte del mundo, tras el gigante gaseoso que copa casi toda la visión superior, blanco y lechoso. Cuando toque tierra estará amaneciendo.

Se llama Thelema 5 y ahora es mi hogar.

Relatos Novosectores: fantasma en la plataforma

Lysandro Lycaon es un supervisor de las instalaciones Térmica 2 y Térmica 3, donde se procesan los cristales de gas gema que después se estabilizan para poder mandar en contenedores al resto del Sector.
Es un hombre grande y corpulento, con enormes brazos y aún mayor determinación. Si lo viérais venir por una calle llena de los vapores tóxicos de los arrabales secundinos seguro que os cambiaríais no ya de acera sino también de ciudad. Su brazo derecho chasquea de vez en cuando. Su sintepiel está guardada en el crionizador, en su taquilla, no se la pone para trabajar. Hace unos días detuvo el golpe de una cuba de gas helado y la sostuvo mientras los trabajadores corrían a los puestos de protección, pequeñas barreras de ferromortero que minimiza los daños en caso de explosión. Desde que sostuvo la cuba y algo de gas gema le cayó en el brazo alguno de los pistones no funcionan bien y se atascan un poco. Piensa en ir a un reparador autorizado de la Garra cuando acabe su turno de 150 horas estándar.

Lysandros Lycaon vive en Sigelios, una bonita ciudad porta sidera de Aquila Secunda, con su hija Lymaca y su segunda consorte Lydmilla. Ella es una gran compañera, si bien reconoce que el amor de su vida fue Lydelia, madre de Lymaca y hermana de Lydmilla. Su tribu, los Femones, tienen extrañas costumbres para los Aquilenios, siendo una de las últimas tribus que firmaron el Concordato del Aquila y que tenían una pequeña civilizacion en el sector anterior a la llegada a Aquilenium.

Esa noche (bueno, noche en términos planetarios, en el cilindro 8 no hay día ni noche, solo turnos de trabajo) está supervisando la carga de los últimos contenedores de la plataforma Tertia, donde los enormes cargueros que son prácticamente ciudades volantes, lo llevarán hasta los astilleros de la órbita lejana para su redistribución. Todo discurre con tranquilidad. Abre el voxcom para ladrar unas cuántas órdenes a los operarios de la barquilla 4 que están flojeando y descuidando su coordinación, haciendo que los anclajes gravitacionales se aflojen un poco y el contenedor colee. Lo corrigen de inmediato.

«Habrá sido el idiota de Gaecio» piensa Lysandro. Siempre es Gaecio. Desde que murió su marido no deja de llorar y le dan fuertes bajones emocionales. Trabajar en las barquillas no es para débiles. Ya había recomendado su baja y traslado a un espacio más tranquilo de trabajo del que no dependiera la integridad de la carga, pero los de Arriba no quisieron escuchar, siempre atentos a los porcentajes y las primas por trabajador y Gaecio, el muy terco se limitó a negar con la cabeza cuando el supervisor de la plataforma y jefe directo de Lysandro le preguntó por el cambio de puesto. Casi le descorcha la cabeza allí mismo. Entendía lo del dinero, y que tenía que pagar la schola de las gemelas. Máxime cuando la Garra aún no había determinado si darle la pensión de viudedad al no aparecer el cadáver de su marido.

Chasquea la lengua y se pasa la enorme mano orgánica por la calva, surcada por una fea cicatriz que va desde la mejilla derecha hasta la coronilla, irregular, un recuerdo de los proto-ciclonter de haces densos de los Táureos del Anillo Symarítico. Su pasado de legionario de la Legio VIII Loricata, la división pesada de la Garra configura quién es en el Ahora. La sombra del Áquila toca a todos los Aquilenios, se suele decir. Pero gracias a ella y a su retiro como veterano invicto (no perdió ninguna batalla y eso la Garra lo tiene en cuenta, aunque los méritos mayores se los lleven los generales; así se cohesiona las legiones para que no cejen en las peores situaciones y sus primas de retiro se vean incrementadas), pudo optar a un buen puesto de trabajo. Tiene una hora libre por cada hora trabajada en grupos estándar de diez horas. Así que trabaja turnos de 150 horas (las horas de sueño, necesidades biológicas y descanso obligatorio no computan) y recibe a cambio 150 horas libres al final del turno. Alguien como Gaecio solo tiene media hora por hora, y así bajando el escalafón donde los servus, aquellos condenados a trabajos forzosos tienen condenas por horas para ganar su libertad, además de tener que cumplir mínimos draconianos para no ser ejecutados. Cosa que no siempre se logra en las minas.

El carguero contacta con Lysandro y cierran la operación de embarque mientras Núcleo Central lo autoriza a salir. Conoce al piloto de ese carguero, un buen hombre y veterano de la Legio XII Oriónica, descendiente de un largo linaje de Navegantes, tanto para la Garra como por Patente propia y al servicio de la propia Garra o de las ciudades libres. Contacta por visioncom y sellan las cargas con los métodos habituales: tienen una copia cada uno de ellos del completo de la carga en un cristal de datos que ambos introducen en un lacrado de plexidatos que también reflejan el manifiesto. Esta película de datos condensados es legible por cualquier aparato estándar con la codificación adecuada (en este caso la Nova-Com-6 con cifrado estándar Aq-3) y un permiso de nivel medio. Si hubiera problemas o dudas sobre la carga siempre se puede romper el sobre de plexidatos y acceder a los cristales de datos que son inviolables una vez escritos y ahí se contrasta. La pena por alteración del manifiesto es muy grave y el Gremiale de Navegantes así como el Consorcio del Gas y los sindicatos Novosectores se lo toman como una pena capital.

Sobres cerrados y plexidatos contrastados Lysandro se despide de Filaes, que se coloca el casco de navegante para empezar la maniobra de salida.
El próximo carguero llegará en quince horas estándar y el muelle y la plataforma tienen que estar listos. Las barquillas repasadas y la carga (Lysandro mira la hoja de pedido) debe de estar lista para su embarque, con los arrastradores listos y en posición. Le queda poco tiempo, así que decide bajar hasta la plataforma.

Su torre de control tiene un acceso directo, así que se pone el traje de aislamiento (los muelles no tienen gravedad ni atmósfera, sería un desperdicio), y comprueba las botas magnéticas, los ganchos de seguridad y los lanzaganchos de gas comprimido. Además sus botas y su espaldar disponen de propulsores por si se viera arrojado al vacío, y el oxígeno está en niveles óptimos. Toda la plataforma está surcada de espacios de recarga de oxígeno y estaciones atmosféricas con baja gravedad para descanso, así que es fácil ir de un lugar a otro y hablar con los trabajadores. Tiene que encontrar a Gaecio, ahora que ha abandonado la barquilla para supervisarlo.

Su deslizador, pequeño y con la pintura amarilla apenas visible por los cristales de hielo que se le forman cruje cuando abre la poterna de acceso. Se desliza dentro, y activa el propulsor de gas. La extensión de la plataforma es de varias leguas militares, llamadas «clics» y Lysandro introduce la ruta hasta la estación de las barquillas, casi al borde de la plataforma. Desconecta el sello inercial y es propulsado por el tubo a gran velocidad hasta su destino, al que llega unos segundos después.

Conduce el deslizador, ya fuera del tubo de conexión por la amplia zona, esquivando trabajadores, cargas y contenedores diversos, dos gruesos tanques de oxígeno y el generador principal que alimenta la Estación 2 donde entre carga y carga descansan los operarios y se reparten los turnos por parte de los capataces, como si fueran sargentos de la Garra y con la misma autoridad en su versión civil.

Se detiene un espacio inercial y lo sella para dejar el vehículo fijo, y que no se pierda en el espacio. Una gran chimenea suelta una gran cantidad de gas de combusión, cerca de la Estación 2, y el fulgor anaranjado muere en la boca del escape, sin llegar a asomar al vacío. El gas se pierde perezosamente en el espacio. Sobre él, Lysandro no puede ver las estrellas, hay demasiada luz en la explanada, pero sí el gran anillo de contención y cohesión que rodea el asteroide y lo fija para su explotación, una colosal obra monstruosa que circunda la gran roca y que en su momento detuvo su movimiento rotacional y de traslación y lo fijó al Cilindro Nycto, uno de los ocho grandes cilindros del Novo Sector.

estacion novosectora

La cantina está saturada de trabajadores, del fuerte olor de los vitae, el oxígeno reciclado y el feroke, después de la marcha del carguero. En un gran cronocontador en la pared establece el tiempo restante hasta la llegada del nuevo carguero, para que todos estén avisados de lo que les resta de descanso y preparación.

Lysandro mira en derredor. Las conversaciones no se detienen al ver al enorme secundino pero si descienden su volumen y muchos inclinan la cabeza en signo de respeto. Otros se llevan el puño cerrado al pecho, abriendo después la mano con los dedos juntos: el saludo de los veteranos.
El ex legionario se sienta en uno de los soportes que salen de la barra y sin preguntar, Telamon le sirve rakish secundino con kerah, una fruta seca que duplica la tasa de alcohol de la bebida si se deja el tiempo suficiente.
Gaecio lo ve, se levanta de la mesa donde se sentaba, huraño, tomando un feroke humeante y espeso y saluda al Jefe de Control. No deja el afligido Gaecio, de rostro pálido  y con la sombra del pesar en lo que antes era un duro y decidido gesto de tocar el amuleto de Letus, que es la miniatura de la máscara mortuoria de Dymión, su difunto marido.

—Micer Lycaon yo…

Lysando lo mira. Pide una copa para Gaecio.

—Operador Gaecio, siéntate. No espero que estés al cien por cien, pero te di la oportunidad de asumir otro turno en otra parte de la plataforma. Incluso un cambio de plataforma para estr más cerca del cilindro y de las niñas…

—Yo… yo creí que…

Sirenas. El denso aire reciclado de la cantina se rasga con su sonido chillón y penetrante. Algo oculto, un viejo recuerdo de sangre y dolor cruza el pecho y azota los nervios del implante de Lysandro cuando esas mismas sirenas le recuerdan los sonidos de la batalla y las terribles amenazas sónicas de los Táureos y sus máquinas de combate semi autónomas. Todos se aprestan a colocarse los cascos y a salir al exterior. El voxcom de Lysandro cruje. Estática. La subrutina de identificación no funciona y crepita. El ex legionario decide acudir a la terminal de su avambrazo. El grueso brazal que lleva en el antebrazo derecho se enciende y despliega una pantalla. Desde ahí identifica la alarma y ve una nave atracada en el muelle. Para estar detenida debe de haber forzado los sellos inerciales, pues sin su permiso no puede atracar nadie en la plataforma.
Es una estación sin defensas, pero Lysandro, que conoce la amenaza de los foenikiam sidera se ha procurado algunas sorpresas en el muelle para neutralizar a posibles invasores en busca de gas gema puro.

nave atracada

Lysandro abre un canal secundario que le conecta con Gronius, su segundo al mando en la torre que se ha quedado allí de guardia.

—¡Gronius! ¿Tienes su identificador? ¿Hay comunicación?

—Negativo. Han atracado y forzado los cierres. Pueden ser foenikiam.  ¿Órdenes?

—Suelta a los zánganos y prográmales una formación defensiva.

Los senevitae de la plataforma reaccionan de inmediato y forman un cordón alrededor de la única entrada que permite acceder al puerto de desembarque y carga. Son ingenios sin piernas, con orugas magnéticas y garfios, así como una gran capacidad de fuerza para arrastrar grandes pesos. Su blindaje es excepcional y pueden aguantar explosiones frontales con metralla de roca. No tienen nada que pueda llamarse «cabeza», sino que son un torso compacto con entre cuatro y ocho brazos, y algunos de ellos poseen drones de reconocimiento que manejan en enjambres. De inmediato forman una fuerte línea en la salida del puerto de carga y establecen bandas de pulso de luz que pueden desintegrar roca como un haz de ciclónter de pulso, y que usan normalmente para bloquear galería con salida al Sidera o durante los derrumbes, desintegrando material.
Lysandro, que ya sabe lo que pueden llegar a hacer los foenikiam había encargado a un experto en comportamiento artificial que le sacara varios patrones de comportamiento de enjambre, defensa y formación para proteger por sus propios medios la plataforma.

—¡Gaecio! Si quieres volver a ver a tus hijas coge un deslizador y vete a la Torre Prima. Espera mi señal. Canal dos, clave aquila-ocho-dos para conectar. Si conecto, te diga lo que te diga, ignóralo y avisa a la Torre de que estamos bajo ataque en nuestra plataforma. Dales mi código y abre un canal público puenteando el mío para que vean las cámaras. Todos serán testigos de lo que pase.

Gaecio reacciona sin pensar. Coge el pase de seguridad que Lysandro le tiende, autorizándolo para lo que le ha ordenado y se lanza a la carrera hacia su deslizador.

Lysandro se coloca el casco y con su propio deslizador llega en apenas unos instantes hasta la entrada de la plataforma, justo a tiempo para ver cómo una plataforma se abre en la nave. Ahora la reconoce. Es un transporte de tropas, aunque intenten disimularlo. Una parte del fuselaje ha estallado y parece haber pérdidas de aire a juzgar por las nubes blancas que salen de algunas brechas. Una pasarela se abre, automáticamente. Pero no sale nadie. La nave parece estar muerta. Es una nave fantasma. Entonces, ¿quién ha forzado los cierres para atracarla en la plataforma?

Solo después de hacerse esas preguntas puede ver la matrícula y testimonio que aparece en un costado, quemado por lo que parecen disparos. Reconoce los números y el signum.

Pues Lysandro no es un simple ex legionario. Es un contacto necesario para los equipos de inteligencia de la Garra. Y sabe que esa es la nao de Tessera Kilontes, una agente de la inteligencia y reconocimiento de la Garra. Y algo terrible ha pasado.