Lysandro Lycaon es un supervisor de las instalaciones Térmica 2 y Térmica 3, donde se procesan los cristales de gas gema que después se estabilizan para poder mandar en contenedores al resto del Sector.
Es un hombre grande y corpulento, con enormes brazos y aún mayor determinación. Si lo viérais venir por una calle llena de los vapores tóxicos de los arrabales secundinos seguro que os cambiaríais no ya de acera sino también de ciudad. Su brazo derecho chasquea de vez en cuando. Su sintepiel está guardada en el crionizador, en su taquilla, no se la pone para trabajar. Hace unos días detuvo el golpe de una cuba de gas helado y la sostuvo mientras los trabajadores corrían a los puestos de protección, pequeñas barreras de ferromortero que minimiza los daños en caso de explosión. Desde que sostuvo la cuba y algo de gas gema le cayó en el brazo alguno de los pistones no funcionan bien y se atascan un poco. Piensa en ir a un reparador autorizado de la Garra cuando acabe su turno de 150 horas estándar.
Lysandros Lycaon vive en Sigelios, una bonita ciudad porta sidera de Aquila Secunda, con su hija Lymaca y su segunda consorte Lydmilla. Ella es una gran compañera, si bien reconoce que el amor de su vida fue Lydelia, madre de Lymaca y hermana de Lydmilla. Su tribu, los Femones, tienen extrañas costumbres para los Aquilenios, siendo una de las últimas tribus que firmaron el Concordato del Aquila y que tenían una pequeña civilizacion en el sector anterior a la llegada a Aquilenium.
Esa noche (bueno, noche en términos planetarios, en el cilindro 8 no hay día ni noche, solo turnos de trabajo) está supervisando la carga de los últimos contenedores de la plataforma Tertia, donde los enormes cargueros que son prácticamente ciudades volantes, lo llevarán hasta los astilleros de la órbita lejana para su redistribución. Todo discurre con tranquilidad. Abre el voxcom para ladrar unas cuántas órdenes a los operarios de la barquilla 4 que están flojeando y descuidando su coordinación, haciendo que los anclajes gravitacionales se aflojen un poco y el contenedor colee. Lo corrigen de inmediato.
«Habrá sido el idiota de Gaecio» piensa Lysandro. Siempre es Gaecio. Desde que murió su marido no deja de llorar y le dan fuertes bajones emocionales. Trabajar en las barquillas no es para débiles. Ya había recomendado su baja y traslado a un espacio más tranquilo de trabajo del que no dependiera la integridad de la carga, pero los de Arriba no quisieron escuchar, siempre atentos a los porcentajes y las primas por trabajador y Gaecio, el muy terco se limitó a negar con la cabeza cuando el supervisor de la plataforma y jefe directo de Lysandro le preguntó por el cambio de puesto. Casi le descorcha la cabeza allí mismo. Entendía lo del dinero, y que tenía que pagar la schola de las gemelas. Máxime cuando la Garra aún no había determinado si darle la pensión de viudedad al no aparecer el cadáver de su marido.
Chasquea la lengua y se pasa la enorme mano orgánica por la calva, surcada por una fea cicatriz que va desde la mejilla derecha hasta la coronilla, irregular, un recuerdo de los proto-ciclonter de haces densos de los Táureos del Anillo Symarítico. Su pasado de legionario de la Legio VIII Loricata, la división pesada de la Garra configura quién es en el Ahora. La sombra del Áquila toca a todos los Aquilenios, se suele decir. Pero gracias a ella y a su retiro como veterano invicto (no perdió ninguna batalla y eso la Garra lo tiene en cuenta, aunque los méritos mayores se los lleven los generales; así se cohesiona las legiones para que no cejen en las peores situaciones y sus primas de retiro se vean incrementadas), pudo optar a un buen puesto de trabajo. Tiene una hora libre por cada hora trabajada en grupos estándar de diez horas. Así que trabaja turnos de 150 horas (las horas de sueño, necesidades biológicas y descanso obligatorio no computan) y recibe a cambio 150 horas libres al final del turno. Alguien como Gaecio solo tiene media hora por hora, y así bajando el escalafón donde los servus, aquellos condenados a trabajos forzosos tienen condenas por horas para ganar su libertad, además de tener que cumplir mínimos draconianos para no ser ejecutados. Cosa que no siempre se logra en las minas.
El carguero contacta con Lysandro y cierran la operación de embarque mientras Núcleo Central lo autoriza a salir. Conoce al piloto de ese carguero, un buen hombre y veterano de la Legio XII Oriónica, descendiente de un largo linaje de Navegantes, tanto para la Garra como por Patente propia y al servicio de la propia Garra o de las ciudades libres. Contacta por visioncom y sellan las cargas con los métodos habituales: tienen una copia cada uno de ellos del completo de la carga en un cristal de datos que ambos introducen en un lacrado de plexidatos que también reflejan el manifiesto. Esta película de datos condensados es legible por cualquier aparato estándar con la codificación adecuada (en este caso la Nova-Com-6 con cifrado estándar Aq-3) y un permiso de nivel medio. Si hubiera problemas o dudas sobre la carga siempre se puede romper el sobre de plexidatos y acceder a los cristales de datos que son inviolables una vez escritos y ahí se contrasta. La pena por alteración del manifiesto es muy grave y el Gremiale de Navegantes así como el Consorcio del Gas y los sindicatos Novosectores se lo toman como una pena capital.
Sobres cerrados y plexidatos contrastados Lysandro se despide de Filaes, que se coloca el casco de navegante para empezar la maniobra de salida.
El próximo carguero llegará en quince horas estándar y el muelle y la plataforma tienen que estar listos. Las barquillas repasadas y la carga (Lysandro mira la hoja de pedido) debe de estar lista para su embarque, con los arrastradores listos y en posición. Le queda poco tiempo, así que decide bajar hasta la plataforma.
Su torre de control tiene un acceso directo, así que se pone el traje de aislamiento (los muelles no tienen gravedad ni atmósfera, sería un desperdicio), y comprueba las botas magnéticas, los ganchos de seguridad y los lanzaganchos de gas comprimido. Además sus botas y su espaldar disponen de propulsores por si se viera arrojado al vacío, y el oxígeno está en niveles óptimos. Toda la plataforma está surcada de espacios de recarga de oxígeno y estaciones atmosféricas con baja gravedad para descanso, así que es fácil ir de un lugar a otro y hablar con los trabajadores. Tiene que encontrar a Gaecio, ahora que ha abandonado la barquilla para supervisarlo.
Su deslizador, pequeño y con la pintura amarilla apenas visible por los cristales de hielo que se le forman cruje cuando abre la poterna de acceso. Se desliza dentro, y activa el propulsor de gas. La extensión de la plataforma es de varias leguas militares, llamadas «clics» y Lysandro introduce la ruta hasta la estación de las barquillas, casi al borde de la plataforma. Desconecta el sello inercial y es propulsado por el tubo a gran velocidad hasta su destino, al que llega unos segundos después.
Conduce el deslizador, ya fuera del tubo de conexión por la amplia zona, esquivando trabajadores, cargas y contenedores diversos, dos gruesos tanques de oxígeno y el generador principal que alimenta la Estación 2 donde entre carga y carga descansan los operarios y se reparten los turnos por parte de los capataces, como si fueran sargentos de la Garra y con la misma autoridad en su versión civil.
Se detiene un espacio inercial y lo sella para dejar el vehículo fijo, y que no se pierda en el espacio. Una gran chimenea suelta una gran cantidad de gas de combusión, cerca de la Estación 2, y el fulgor anaranjado muere en la boca del escape, sin llegar a asomar al vacío. El gas se pierde perezosamente en el espacio. Sobre él, Lysandro no puede ver las estrellas, hay demasiada luz en la explanada, pero sí el gran anillo de contención y cohesión que rodea el asteroide y lo fija para su explotación, una colosal obra monstruosa que circunda la gran roca y que en su momento detuvo su movimiento rotacional y de traslación y lo fijó al Cilindro Nycto, uno de los ocho grandes cilindros del Novo Sector.
La cantina está saturada de trabajadores, del fuerte olor de los vitae, el oxígeno reciclado y el feroke, después de la marcha del carguero. En un gran cronocontador en la pared establece el tiempo restante hasta la llegada del nuevo carguero, para que todos estén avisados de lo que les resta de descanso y preparación.
Lysandro mira en derredor. Las conversaciones no se detienen al ver al enorme secundino pero si descienden su volumen y muchos inclinan la cabeza en signo de respeto. Otros se llevan el puño cerrado al pecho, abriendo después la mano con los dedos juntos: el saludo de los veteranos.
El ex legionario se sienta en uno de los soportes que salen de la barra y sin preguntar, Telamon le sirve rakish secundino con kerah, una fruta seca que duplica la tasa de alcohol de la bebida si se deja el tiempo suficiente.
Gaecio lo ve, se levanta de la mesa donde se sentaba, huraño, tomando un feroke humeante y espeso y saluda al Jefe de Control. No deja el afligido Gaecio, de rostro pálido y con la sombra del pesar en lo que antes era un duro y decidido gesto de tocar el amuleto de Letus, que es la miniatura de la máscara mortuoria de Dymión, su difunto marido.
—Micer Lycaon yo…
Lysando lo mira. Pide una copa para Gaecio.
—Operador Gaecio, siéntate. No espero que estés al cien por cien, pero te di la oportunidad de asumir otro turno en otra parte de la plataforma. Incluso un cambio de plataforma para estr más cerca del cilindro y de las niñas…
—Yo… yo creí que…
Sirenas. El denso aire reciclado de la cantina se rasga con su sonido chillón y penetrante. Algo oculto, un viejo recuerdo de sangre y dolor cruza el pecho y azota los nervios del implante de Lysandro cuando esas mismas sirenas le recuerdan los sonidos de la batalla y las terribles amenazas sónicas de los Táureos y sus máquinas de combate semi autónomas. Todos se aprestan a colocarse los cascos y a salir al exterior. El voxcom de Lysandro cruje. Estática. La subrutina de identificación no funciona y crepita. El ex legionario decide acudir a la terminal de su avambrazo. El grueso brazal que lleva en el antebrazo derecho se enciende y despliega una pantalla. Desde ahí identifica la alarma y ve una nave atracada en el muelle. Para estar detenida debe de haber forzado los sellos inerciales, pues sin su permiso no puede atracar nadie en la plataforma.
Es una estación sin defensas, pero Lysandro, que conoce la amenaza de los foenikiam sidera se ha procurado algunas sorpresas en el muelle para neutralizar a posibles invasores en busca de gas gema puro.
Lysandro abre un canal secundario que le conecta con Gronius, su segundo al mando en la torre que se ha quedado allí de guardia.
—¡Gronius! ¿Tienes su identificador? ¿Hay comunicación?
—Negativo. Han atracado y forzado los cierres. Pueden ser foenikiam. ¿Órdenes?
—Suelta a los zánganos y prográmales una formación defensiva.
Los senevitae de la plataforma reaccionan de inmediato y forman un cordón alrededor de la única entrada que permite acceder al puerto de desembarque y carga. Son ingenios sin piernas, con orugas magnéticas y garfios, así como una gran capacidad de fuerza para arrastrar grandes pesos. Su blindaje es excepcional y pueden aguantar explosiones frontales con metralla de roca. No tienen nada que pueda llamarse «cabeza», sino que son un torso compacto con entre cuatro y ocho brazos, y algunos de ellos poseen drones de reconocimiento que manejan en enjambres. De inmediato forman una fuerte línea en la salida del puerto de carga y establecen bandas de pulso de luz que pueden desintegrar roca como un haz de ciclónter de pulso, y que usan normalmente para bloquear galería con salida al Sidera o durante los derrumbes, desintegrando material.
Lysandro, que ya sabe lo que pueden llegar a hacer los foenikiam había encargado a un experto en comportamiento artificial que le sacara varios patrones de comportamiento de enjambre, defensa y formación para proteger por sus propios medios la plataforma.
—¡Gaecio! Si quieres volver a ver a tus hijas coge un deslizador y vete a la Torre Prima. Espera mi señal. Canal dos, clave aquila-ocho-dos para conectar. Si conecto, te diga lo que te diga, ignóralo y avisa a la Torre de que estamos bajo ataque en nuestra plataforma. Dales mi código y abre un canal público puenteando el mío para que vean las cámaras. Todos serán testigos de lo que pase.
Gaecio reacciona sin pensar. Coge el pase de seguridad que Lysandro le tiende, autorizándolo para lo que le ha ordenado y se lanza a la carrera hacia su deslizador.
Lysandro se coloca el casco y con su propio deslizador llega en apenas unos instantes hasta la entrada de la plataforma, justo a tiempo para ver cómo una plataforma se abre en la nave. Ahora la reconoce. Es un transporte de tropas, aunque intenten disimularlo. Una parte del fuselaje ha estallado y parece haber pérdidas de aire a juzgar por las nubes blancas que salen de algunas brechas. Una pasarela se abre, automáticamente. Pero no sale nadie. La nave parece estar muerta. Es una nave fantasma. Entonces, ¿quién ha forzado los cierres para atracarla en la plataforma?
Solo después de hacerse esas preguntas puede ver la matrícula y testimonio que aparece en un costado, quemado por lo que parecen disparos. Reconoce los números y el signum.
Pues Lysandro no es un simple ex legionario. Es un contacto necesario para los equipos de inteligencia de la Garra. Y sabe que esa es la nao de Tessera Kilontes, una agente de la inteligencia y reconocimiento de la Garra. Y algo terrible ha pasado.