Lysandro Lycaon, de los Trementinos.
Se llama Thelema 5. Está más allá de los planetas Saco de Carbón, a trece sistemas de distancia de Aquilenia y a doce de Olympus, la nueva patria de los aquilenios, nuestra nueva y orgullosa patria… Aunque estemos lejos.
Somos quinientos tres en número los veteranos desplazados hasta nuestra recompensa final, la recompensa de los veteranos, Thelema 5. Es un mundo bonito, hermoso a la luz de sus dos jóvenes estrellas que lo iluminan con el fulgor de una promesa y bajo la benévola presencia del gigante gaseoso que circunda. Tiene masas de agua y apenas ha necesitado geaformación. Pese a ser más pequeño que los del sistema Olympus, o los del sistema Aquilenio, alabados sean los lares, pero la masa interna del planeta hace que la gravedad sea de nivel uno estándar.
Los quinientos tres de la nao que se desplaza lentamente en el vacío hacia la órbita de desembarco de Th-5 está cargada de gestos cansados. En contra de lo que dice la propaganda de la Garra, los veteranos estamos cansados. Sí, queremos un mundo nuevo, de esos que nos hemos esforzado por proteger, por los que hemos luchado contra los enemigos de Aquilenia, pero estamos cansados y es que la guerra es una trituradora de espíritus. Junto mí hay algunos que han servido en mi misma Legio e incluso decuria; el bueno de Mamnio, Drusilia, la más dura de todos, nuestra excenturiona, con sus brazos llenos de cicatrices y su gesto duro, que mira por la portilla hacia ese mundo azul y verde que se despliega poco a poco ante nosotros. Acio, Teléreo, Filos, Duargir, los gemelos Lía y Laertes, Gretios y Iovantes… La vieja escuadra que, pese a todo, pese a la guerra eterna que persigue a las plumas del Aquila, pese a las campañas y las consecuencias que tiene para sus soldados, todos hemos sobrevivido. La escuadra gloriosa, nos llamaron. Ahora nuestros nombres están en el altar de los veteranos de nuestra base de la Legio II Ursus, las tropas de choque. El nuestro era el escuadrón de castigo Gladio Negro, invicto en más de… ¿Veis? Sigo hablando como un legionario, no como un granjero. ¿Podé serlo? Es nuestra recompensa. Es por lo que hemos luchado. Por lo que muchos han muerto: por Aquilenia y por nuestra jubilación. Porque si peleabas por tus derechos políticos, no habrías acabado en la Ursus.
Medio ciclo después nos conceden permiso para entrar en la estación de atraque. Estos planetas tienen, normalmente, pocas lanzaderas, salvo las de evacuación de emergencia (cosa implementada después de lo sucedido en Aquilenia) siendo la forma más común de llegar a la órbita los elevadores que se lanzan y anclan donde va haciendo falta o según la órbita de la estación de atraque.
Por fin, como las sirenas de los antiguos vehículos de desembarco de la Garra, se enciende una luz azul que nos indica que nos preparemos para salir. Casi todos nos llevamos la mano al pecho buscando el arma. Los viejos reflejos son difíciles de perder. Sé que la mayoría se ha traído armas: cuando vas al filo del espacio aquilenio, te conviene. Nunca sabes cuándo te vas a encontrar con un enemigo resentido, foenikiam que intenten arrasar un mundo por sus recursos o alguna otra amenaza aún desconocida. Pero no las llevamos con nosotros. Aún no. Esto es el equivalente a ser… civiles.
Nos disponemos, levantándonos y recogiendo nuestros petates y equipajes. Escucho algunas articulaciones metálicas crujir, gruñidos y toses. Miro atrás. Los veo extraños: no solo cansados, ansiosos por desembarcar y pisar tierra, algunos con los fantasmas de sus acciones aún pululando tras sus duras miradas. No, me doy cuenta de que hecho algo de menos: ninguno lleva un casco de combate ni la voluminosa armadura de la Ursus. De nuevo: somos civiles.
Las puertas se abren y muchos se contienen para no gritar. Siempre lo hacíamos al salir al barro, a otras naos que asaltáramos, en ferrocemento o la tierra sucia de sangre donde nos enviaran. Ursus unquis, Victoria et Aquilenia! El lema que muchos llevamos tatuado en algún punto del cuerpo acude a nuestras lenguas, pero nos contenemos. Ya no tenemos derecho a decirlo. Somos veteranos retirados.
Salimos a la estación de atraque donde dos oficiales de la Oficina de Veteranos y Recompensas nos dan nuestros nuevos destinos. No está mal, pienso al recoger la pequeña tabla de datos que me entregan, nada mal. Granja de producción de cereal, alto desempeño, cuatrocientos estadios, vivienda operativa y material dispuesto. Le acompaña un manual y un enorme texto que afirma cuánto me vuelve a necesitar Aquilenia esta vez empuñando los mandos de un recolector, en vez de un traje de demolición armado de cañones de icotrita. Sigo siendo indispensable, un activo. Claro que sí, majo, claro que sí.
Pero si eso significa poder descansar, hacer que las bombas, los proyectiles y haces de energía dejen de retumbar de mis recuerdos a mis huesos, será bienvenido. Sé que la tasa de suicidio de veteranos por postrauma es relativamente elevada, pero los Ursus tenemos una de las más bajas. Quién lo diría, siendo una tropa de choque. Eso es por la disciplina y porque nos gusta lo que hacemos, nos gusta trabajar con nuestras propias manos. Vale, puede que la frase dicha así, en frío, pueda tener un tinte homicida, pero como tropa siempre hemos sido una legión tan valorada como temida.
Salimos hasta los elevadores. En el vestíbulo, un lugar toroidal, un tubo circular, donde están los elevadores que nos bajarán a tierra, muchos nos despedimos haciendo promesas de vernos en las Equilibrium Noctis, cuando ya estemos asentados y tengamos tierra hasta en el culo. Reímos, nos abrazamos, algunos se besan, otros lloran. Llegan los primeros elevadores con un siseo y una voz sintética anuncia el destino. Parten mis compañeros, les deseo lo mejor. Me mantuvieron vivo, me dieron apoyo, su sangre y su sudor. Algunos incluso algo más en las noches de campaña. Somos hermanos de sangre, somos hermanos bajo la Garra.
Y ahí, en el límite del control Aquilenio, en lo profundo del Sidera, miro abajo por el cristal combado, viendo el mundo que me espera, abajo, muy abajo. Ese es mi nuevo hogar. Llega el elevador que anuncia mi destino, donde me depositarán para que llegue hasta mi nueva responsabilidad. Tengo suerte: mis vecinos serán los gemelos y la excenturiona Drusilia.
Entro en el elevador. Palmadas en las espaldas, un abrazo de Sigurnia, fuerte y seco, mi ala derecha en el pelotón que tiene lágrimas en su ojo orgánico. Entro con otros quince, incluyendo a quienes serán mis vecinos. Las puertas se cierran con un siseo y nos sentamos. Sentimos la presurización y vemos cómo bajamos por ese tubo largo que desde aquí parece curvarse hasta tocar suelo. En el horizonte un sol amarillo ilumina una parte del mundo, tras el gigante gaseoso que copa casi toda la visión superior, blanco y lechoso. Cuando toque tierra estará amaneciendo.
Se llama Thelema 5 y ahora es mi hogar.